miércoles, 27 de junio de 2012

biografias para Cuarto 2012

Juana de Ibarbourou


JUANA DE IBARBOUROU

Fue una gran escritora uruguaya nacida el 8 de marzo de 1892,
en Melo, departamento de Cerro Largo. Su padre era vasco español
y su madre perteneció a una de las familias españolas más antiguas
de nuestro país. Su poesía ha enriquecido la literatura de América
marcándola con su fuerte y delicada personalidad plena de amor.
Tal vez por esta razón el público hispanohablante ha leído su
poesía desde siempre con tanto entusiasmo.

Su poesía conquistó tan rápidamente la atención del público en general
y de los entendidos, que en el año 1929, en el Salón de los Pasos
Perdidos del Palacio Legislativo, un grupo de artistas y diplomáticos
de distintos países encabezados por el célebre escritor Alfonso Reyes;
proclamó a Juana de Ibarbourou, Juana de América.

Ofreció importantes y destacadas creaciones para los niños de su país
como lo son: El Cántaro Fresco y Chico Carlos.

Biografía de Juan Manuel Blanes

Biografía de Juan Manuel Blanes:

Nació en Montevideo, el 8 de junio de 1830, aunque otros autores equivocadamente lo señalan siete días antes. Era hijo de don Pedro Blanes, español y de doña Isabel Chilavert, argentina, oriunda de Santa Fe. La escasa documentación sobre los comienzos de su carrera artística sólo nos indica que desde pequeño mostró vocación por el dibujo, pero la necesidad de ayudar a los suyos, le hizo ingresar como tipógrafo en la imprenta de "El Defensor de la Independencia Americana", periódico del partido de Oribe. A los 20 años, pudo Blanes consagrarse por completo a la pintura.
En 1857, se trasladó a Entre Ríos, donde el general Urquiza le encargó que decorase su Palacio de San José, dejando muestras de ser un pintor vigoroso a través de varios trabajos entre los que figuraban ocho óleos de batallas, algunos retratos y la pintura del oratorio. En 1860, regresó a Montevideo y obtuvo del Congreso una pensión para perfeccionar al año siguiente sus estudios en Roma y Florencia, permaneciendo en este último lugar hasta 1864, donde estudió con Antonio Ciseri. Esa influencia de lo académico, originada por Ciseri, se proyectó largamente sobre las obras de Blanes, pudiendo diferenciar de esa actitud principalmente su labor como pintor costumbrista y algunos retratos, así como cuando trató algunos temas que le ofrecía la información del momento. A su regreso la pintura no tenía secretos para Blanes. Sin embargo, se impuso, triunfó a fuerza de voluntad e inspiración. Producía mucho. Era pintor fecundo y desigual.


Pedro Figari.

Nacido en Montevideo el 29 de julio de 1861 y fallecido también en Montevideo, el 24 de junio de 1938, el Dr. Pedro Figari se destacó en la sociedad uruguaya tanto por su condición de jurisconsulto, como por el desempeño de importantes cargos en la función pública; culminando en su vida con una actividad pictórica excepcional, que lo ha constituído en uno de los pintores más cotizados del Uruguay — si no el principal de ellos — y uno de los más destacados del arte sudamericano. También fue periodista, actuando como co-director de un órgano de prensa.

Obtuvo el título de Abogado a la edad en 1886, a la edad de 25 años, en la Facultad de Derecho de Montevideo. Ese mismo año, contrajo matrimonio con María de Castro Caravia, y viajó a Europa, donde permaneció casi diez años. A su regreso al país, fundó un periódico denominado “El Deber” y pasó a a ejercer el cargo de Defensor de Pobres; dedicándose luego al ejercicio profesional en que actuó, entre otras actividades como Asesor Letrado de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay.

Como Defensor de Pobres asumió en 1896 la defensa de un joven militar acusado de haber dado muerte a un militante político del Partido Nacional; uno de los casos judiciales más conocidos en el país a fines del Siglo XIX. Convencido firmemente de la inocencia del acusado, sostuvo su defensa logrando que fuera absuelto luego de trece años. Publicó el alegato de esa defensa en 1898 en un opúsculo titulado “Un error judicial”. También publicó un libro jurídico titulado “La pena de muerte”; defendiendo su posición abolicionista, dirigida a que la pena de muerte fuera eliminada en el Uruguay, como posteriormente ocurriera.

Intensamente dedicado a la actividad política, fué electo Diputado por el Departamento de Rocha en el período de 1896 a 1898, y por el Departamento de Minas de 1899 a 1903. Luego de ello, formó parte del Consejo de Estado.

Siendo parlamentario, presentó en 1900 el proyecto de creación de una Escuela de Bellas Artes, que finalmente fue creada por Ley en 1903 como Escuela de Artes y Oficios, y ulteriormente convertida en Dirección General de Enseñanza Industrial.

También ocupó la Presidencia del Ateneo de Montevideo, entidad privada integrada por destacadas personalidades intelectuales de la ciudad, que ejerciera entre 1903 y 1909. Al ser sucedido en ese cargo por Álvaro Guillot se incorporó como Director de la Escuela de Artes y Oficios en el mismo año 1909; aplicándose a organizar y poner en marcha el sistema de capacitación de numerosos jóvenes en diversos oficios; lo que contribuyó de una manera sumamente importante en el progreso económico y social del país. Cumplió su labor pública más destacable como Director de la misma, cargo al que accedió en 1915; en el cual se dedicó a reorganizar los cursos y la orientación general de la enseñanza de oficios. Renunció en abril de 1917, luego de haber formulado su “Plan General de Organización de la Enseñanza Industrial”. .

A partir de ello, se dedicó preferentemente a la prédica política, abogando por la superación de los enconos partidistas; así como a la actividad artística. Como artista, Figari había realizado estudios de pintura en su juventud, especialmente con el pintor italiano Godofredo Sommavilla — amigo de sus padres y también de origen italiano — con el cual había iniciado su aprendizaje al término de sus estudios de Derecho. Durante su estadía en Europa — viaje que en su época era considerado en cierto modo la culminación de la formación cultural — se interesó en la corriente de la pintura impresionista, que estaba en auge.

Si bien Figari cultivó el dibujo y la pintura en forma permanente durante toda la etapa más activa de su vida, fue a partir de sus 60 años de edad que produjo lo principal de su obra. Había publicado dos estudios sobre arte y estética, en 1912 “Arte, estética e ideal” — que en 1920 fue publicado también en París — y en 1914 “Arte, técnica y crítica”.

Radicado en Buenos Aires en 1921, se instaló con un taller en la calle Charcas, juntamente con su hijo Juan Carlos. Allí se dedicó exclusivamente a pintar durante cuatro años; habiendo realizado una primer exposición de esas obras en Buenos Aires. En 1923, realizó una exposición en una galería de arte de París, con tanto éxito que comenzó a considerar trasladarse a dicha ciudad, como así lo hizo en 1925.

En París continuó pintando en un taller que instaló en la Place Du Pantheon; hasta que en febrro de 1928, pasó a ocupar el cargo de Embajador uruguayo en Londres, que ejerció por algún tiempo. Vuelto a París, continuó su labor pictórica, hasta 1933. Durante este período, realizó numerosas exposiciones en Bruselas, Londres, París y Buenos Aires. En 1930 obtuvo el Gran Premio de Pintura, en el Salón organizado en Montevideo con motivo del Centenario de la Jura de la Constitución, así como Medalla de Oro en la Exposición Iberoamericana de Sevilla.

Sus pinturas características son cuadros que presentan escenas costumbristas de diversos ambientes de la vida cotidiana de Montevideo y del Uruguay, pintados de memoria sin disponer de modelos. Entre ellos, se destacan los que presentan escenas de la vida de la comunidad de raza negra descendiente de los pocos esclavos que existieron en Montevideo, presentando especialmente escenas colectivas, como fiestas, bautizos y casamientos, de las que se destacan los cuadros que muestran el Candombe, baile colectivo de origen africano, en que intervienen algunos personajes típicos de esa comunidad.

Sus cuadros también abarcan escenas de la vida del campo, como sus célebres obras “Toros“ y “Preparando a la novia”; pero muy especialmente aquellos que también incorporan numerosos personajes, como los que ilustran bailes criollos tradicionales, entre ellos el “Pericón” y el “Gato” bailados en las fiestas realizadas en las estancias. Otros cuadros muestran paisajes de campo, en que se destacan sus “ranchos”, grupos de caballos y los cielos suavemente iluminados por la luna.

Al término de su estadía en París, Figari pudo regresar a Montevideo en 1933, al haberse creado un cargo de Asesor Artístico del Ministerio de Instrucción Pública; en el cual se le designó por recomendación de un grupo de amigos. Aunque continuó pintando, y llegó a realizar algunas exposiciones en Buenos Aires, su actividad fue decayendo, hasta su fallecimiento ocurrido el 24 de junio de 1938.

Varias importantes obras pictóricas de Pedro Figari pueden ser vistas en Internet, visitando el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo; y también en Arte Mercosur .



José Enrique Rodó - (1871 - 1917)

Foto de José Enrique Rodó publicada en el Diccionario Enciclopédico Larousse Ilustrado.

JOSE ENRIQUE RODÓ


Rodó no es un escritor de otro tiempo.
Es de ayer, de hoy, y de mañana.
Es de siempre.

Nació en Montevideo el 15 de julio de 1871, en el seno de una familia acomodada, lo que contribuía a explicar su aristocracia mental.
Cinco hijos anteriores había tenido la pareja Rodó-Piñeiro, llamados Alfredo, Eduardo, Rosario, Isabel y Julio.
Su padre, José Rodó, catalán radicado en Montevideo y su madre Rosario Piñeiro, uruguaya, hija de españoles descendientes de una de las familias que llegaron al Plata para luego trasladarse a la Patagonia, pero que definitivamente, se quedaron en nuestra Banda Oriental.
El padre poseía una biblioteca muy grande, no faltaban los clásicos antiguos, ni los más salientes autores hispanoamericanos; tenía colecciones de importantes diarios y periódicos rioplatenses y mantenía estrecha amistad con las figuras literarias y periodísticas del medio rioplatense.
En ese ambiente tan rico culturalmente, poblado de elementos valiosamente educativos, fue criándose el pequeño José Enrique Rodó.
Aprendió a leer a muy temprana edad, a los 4 años, bajo el cuidado de su hermana Isabel, y fue desde entonces apasionado lector, lo que influyó en su amplia cultura y en su sólida formación estético-literaria.
Posteriormente un maestro, Pedro Vidal, concurrió al domicilio de la familia, iniciándose en la enseñanza escolar, hasta su ingreso en el Colegio y Liceo Elbio Fernández (1882).
Discrepan los juicios biográficos si fue o no un buen estudiante, pero lo que si se sabe que su escolaridad sufrió altibajos.
Del liceo “Elbio Fernández”, debió pasar al año siguiente a otro oficial, por problemas económicos de su familia, y a los 14 años, al morir su padre tuvo necesidad de comenzar a trabajar, en el estudio de un escribano.
Se afirma que ya en sus primeros años, Rodó se muestra como sería durante toda su vida; de carácter apagado, de ademanes lentos, de expresión pausada. Tenía una exquisita sensibilidad y una gran calidez humana. Esto se trasladó sobre su obra, sobre la forma de encarar sus temas y desarrollarlos, o sea sobre su estilo.
Manifestó enseguida el gusto por el periodismo y la literatura. Niño aún, Rodó llevó a la página escrita una vocación que sería capital durante toda su vida. Así fue que antes de ingresar al colegio, ya publicaba una hoja periódica manuscrita que se llamó: “El Plata”, tenía escasos diez años y el propio nombre de su periódico, alejado de los títulos corrientes a tales edades, anunciaba intuiciones de grandes temas. A los doce años, publicó, junto a Milo Beretta, que posteriormente sería un brillante pintor, un quincenario de circulación exclusivamente liceal: “Los Primeros Albores”, y al dar a conocer en él composiciones sobre Franklin y Bolívar, que, si bien de tono escolar, comprueban un gran trabajo, tanto que, ya adulto, reeditó el segundo sin alterar los juicios vertidos en él.
Conjuntamente ocurren la muerte del padre de Rodó y el profundo quebranto económico de su familia, con lo que desaparece la seguridad que la había rodeado hasta entonces y comienzan a surgir urgencias económicas.
Comienza a trabajar en un estudio jurídico y luego en una institución bancaria, aunque no abandonó los estudios y rindió exámenes de Historia y Literatura.
Más adelante estos estudios son dejados de lado y en 1895, se reencuentra con la empresa que entrañaba su vocación, fundando con sus amigos Víctor Pérez Petit y Carlos Martínez Vigil, la “Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales”.
Uno de los trabajos que alcanzó gran resonancia pública fue “El que vendrá”.
Se dedicó, además, a una intensa actividad periodística y su figura y sus cuartillas fueron habituales en las redacciones de “El Orden” (periódico político), “El Diario del Plata” y “El Telégrafo” (en este último, comenta, cuando termina su período parlamentario, algunos episodios de la guerra europea).
Fue también colaborador de “La Nación” de Buenos Aires y en la revista “Caras y Caretas”.
Asume en 1898 la cátedra de la Literatura en la Universidad de Montevideo. Es el año de intervención norteamericana en Cuba y la pérdida de las últimas posesiones españolas en América. Ingresa a la vida política activa como miembro del Partido Colorado de Batlle y Ordóñez. Abandona la docencia universitaria, pero no el quehacer literario ni periodístico.
En 1900, por dos meses, es director interino de la Biblioteca Nacional.
Su mayor actividad fue desde 1902 y durante tres períodos la de Diputado por Montevideo. Su actividad se vio interrumpida entre 1905 y 1908 por dificultades económicas y una crisis espiritual.
En 1910 es designado, junto con el poeta Juan Zorrilla de San Martín y el coronel Jaime Bravo, para integrar la delegación uruguaya a las fiestas conmemorativas del centenario de la Independencia de Chile.
Al año siguiente se convierte en líder parlamentario de los colorados opositores al gobierno colegiado, comienza a distanciarse de Batlle y éste lo margina de la delegación uruguaya a las fiestas conmemorativas de las Cortes de Cádiz.
En 1912 es elegido Académico de la Lengua.
Como mencionamos anteriormente, fue colaborador de la revista “Caras y Caretas”, la misma, en 1916, lo nombra su corresponsal en Europa. Pasa por Portugal, España y Francia. Este fue uno de sus sueños más anhelados, viajar a Europa y acercarse a los manantiales de aquellas culturas que habían sido grande y valiosa parte de su propia esencia de creador.
Se siente enfermo al llegar a Italia, donde, a pesar de sus cuidados, muere pocos meses después, el 1 de mayo de 1917 por tifus abdominal y nefritis.
No olvidemos que la infancia, la adolescencia, la juventud de José Enrique Rodó transcurrieron en un tiempo, en el que nuestro Uruguay era el centro más importante de América en lo cultural.
En Montevideo de fines del siglo XIX y principios del XX, forma parte de la “Generación del novecientos”, una generación de jóvenes capaces de dar la vida por sus ideas. Recordemos a Juan Zorrilla de San Martín, Eduardo Acevedo, José Batlle y Ordóñez, Julio Herrera y Obes, Mariano Soler, Samuel Blixen, Juan Manuel Blanes, Luis Morquio, Francisco Soca, Delmira Agustini, Julio Herrera y Ressig, Carlos Vaz Ferreira, Horacio Quiroga, María Eugenia Vaz Ferreira, Florencio Sánchez, Carlos Reyles, etc.

El mismo Rodó dijo: “Creo en los pueblos jóvenes que sin olvidar a las generaciones anteriores, abren rumbos nuevos para las miradas de los que vendrán”.

Nuestros niños, nuestros adolescentes, nuestros jóvenes tienen derecho a conocer a Rodó, para establecer con él, una comunicación que armoniosamente, les lleve a PENSAR, a SOÑAR, a ADMIRAR, con generosidad.

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